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¿Sabes por qué tomamos 12 uvas en Nochevieja?

uvas-portadaTodos los años en Nochevieja hacemos lo mismo, preparamos 12 uvas para tomarlas al son de las campanas del reloj que marcan el fin y comienzo del año. Las elegimos con paciencia, las contamos una y otra vez impacientes, o decidimos no tomarlas y tentar a la suerte. Sea como sea, es una tradición que ha calado y nos gusta pero no todos conocen su origen.

Es de dominio público, la historia de unos agricultores alicantinos y murcianos, que ante el excedente de cosecha de 1909 decidieron repartir racimos de uvas a todos aquellos que se acercaran a la Puerta del Sol, en Madrid, para celebrar la llegada del nuevo año. ¿Por qué lo hicieron? Unos dicen que por no dejarlas perder, otros que ese año el excedente fue tal que aumentó el consumo de forma exagerada y estos agricultores lo hicieron en señal de agradecimiento.

Pocos saben que la tradición parece remontarse más allá en el tiempo. En la prensa de 1897 aparece un artículo que decía: «Es costumbre madrileña comer doce uvas al dar las doce horas en el reloj que separa el año saliente del entrante». Dicho artículo hace pensar que al menos la tradición debió surgir un año antes.

A mediados del siglo de XIX, cuando la Nochevieja también era una noche familiar, era costumbre endulzar la cena con frutas que llegaban de la región de Alicante. Las uvas llegaban con el turrón; cuatro días tardaban en llegar a Madrid. El origen en definitiva es más mundano; el clima de la sierra de Aitana (Alicante) favorecía que las uvas madurasen en diciembre y se aprovechaba el trasiego de turrones y peladillas de Alcoy para hacerlas llegar a La Villa. Las uvas eran baratas y así podían llegar a la mesa de los madrileños en la última noche del año.

¿Cuándo empezamos a comerlas frente al reloj de la Puerta del Sol?

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Fuente: alcastro

Pues son varias las hipótesis; os invitamos a quedaros con la que más os guste.

Cuenta la historia que los madrileños salían a la calle la Noche de Reyes para acompañar la cabalgata de los Magos de Oriente, costumbre que en 1882, José Abascal y Carredano, el alcalde, quiso erradicar. La consideraba una excusa para armar jaleo, salir de fiesta, emborracharse, … E impuso dicho acompañamiento a los Magos con un duro de multa ¡eso era una auténtica fortuna! Así que para no privarse del divertimento, los habitantes de La Villa decidieron concentrarse en la Puerta del Sol a tomar las uvas al son de las campanadas del famoso reloj. Se decía que así se burlaban de la clase pudiente que tomaba champán y uvas en la cena de Nochevieja.

El 1 de enero de 1893, la prensa decía que la costumbre de tomar las doce uvas al son de las campanadas de fin de año procedía de Francia. Ahora diríamos que era “muy cool”. En 1898 nos cuentan que la idea fue del por aquel entonces relaciones públicas del Gran Hotel Universo, ubicado en las proximidades de la Puerta del Sol, al que se le ocurrió esa idea para entretener en tan festiva noche a sus clientes.

Una divertida noticia era la que aparecía en la portada de «El Liberal», el primer día de 1908, en la que se hace protagonista a Juan de la Cierva, por aquel entonces Ministro de Gobernación. Asustado por el bullicio preguntó a los guardias que ocurría y le dijeron que la gente llegaba, comía sus uvas y no se metía con nadie; el ministro entonces pidió las suyas.

El caso es que la costumbre se hizo tan popular, que en 1930 el monarca, Alfonso XIII decidió participar de la ya asentada tradición, eso sí de incógnito entre la multitud que ya por aquel entonces se agolpaba en la Puerta del Sol. Y en 1962, la televisión facilitó que en ese momento todos pudiéramos comernos «las uvas milagrosas» frente al reloj del edificio de la Casa de Correos, hoy sede de la Comunidad de Madrid.

Lo que sí sabemos es que gracias a las uvas, como bien dice la canción de Mecano, “los españoles hacemos por una vez algo a la vez”.

Fuente foto portada: Ana

Bióloga de corazón, enamorada de la vid y sus frutos, haciendo del vino profesión y pasión. A ratos, Social Media en constante WineStorming. El vino me ha conquistado y desde siempre mi destino está unido a él. Consigue sorprenderme, enseñarme cosas nuevas y arrancarme una sonrisa. ¿Un sonido? El descorche de una botella. ¿Un olor? Una bodega en vendimia ¿Un color? El viñedo en otoño.